martes, 11 de octubre de 2022

 

CULPABLE POR DECISIÓN PROPIA (Soledad Del Yerro)

 

Son las diez de la noche del día catorce de febrero del año dos mil seis. En el módulo de mujeres, celda quince del penal de Villena (Alicante) donde me encuentro prisionera, se van apagando las luces quedando encendidas solo las de emergencias. Los vigilantes cambian de turno y el silencio se hace obligatorio. Estoy aislada ya  que según la ley, soy una reclusa peligrosa acusada de asesinato.

Cuando llega la noche todos los recuerdos se agolpan en mi mente, pienso la de veces, que viajando a Valencia, he pasado por delante del edificio de este penal donde estoy recluida y la desazón que me entraba viendo la delgada línea que separa la libertad de la reclusión en uno de los penales más seguros de España.

Me llamo Amparo Talens  Rodríguez y compartí mi nacimiento con mi hermano Enrique, somos gemelos y físicamente iguales. Nacimos en Abalat de la Ribera. Nuestros padres se llenaron de gozo con nuestro nacimiento. Como casi todos sus paisanos, eran pequeños agricultores.

Tuvimos una infancia feliz. La casa era sencilla pero cómoda. El campo que nos rodeaba lleno de cultivos de arroz y naranjos que el Júcar regaba y lo más impresionante: el Parque Natural de la Albufera que en su mayor parte pertenece a nuestro pueblo.

Enrique y yo éramos inseparables. Si me ponía pantalones con el pelo corto era difícil distinguirnos. Estudiamos la primaria y el bachillerato y como no, fuimos con muchos de nuestros amigos a la Casa de la música, donde mi hermano y yo empezamos, desde muy temprana edad, a tocar el clarinete junto con el aprendizaje del solfeo.

Recuerdo que en una ocasión que teníamos examen de instrumento, Enrique  amaneció con mucha fiebre, así que se nos ocurrió la feliz idea de que yo me examinara dos veces, una en mi nombre y otra en el suyo. Primero me llamaron a mí, entré en el aula e hice el examen. Nada más salir llegó el turno de mi hermano, volví a entrar y un poco nerviosa lo repetí. Conseguí salir airosa, los dos aprobamos.

Con la Banda de Música de Abalat de la Ribera ganamos varias veces los Certámenes que entre los pueblos de la comarca se organizaba. Los dos supimos que dedicarnos a esta profesión era lo que nos gustaba. A nuestros padres les pareció de perlas y nos matriculamos en el Conservatorio de Valencia.

Los años fueron pasando, fuimos creciendo, disfrutamos de amigos estupendos, de fiestas, fallas y de todo cuanto la juventud nos ofrecía, aunque siempre fuimos responsables. Nuestros padres estaban orgullosos de nosotros. Por nuestra parte, entendíamos que ellos se habían sacrificado trabajando duro para que nunca nos faltara de nada.

Enrique terminó sus estudios y aprobó como Brigada en la Banda de Música del Ministerio de Marina en Madrid. Yo, después de varios intentos, saqué plaza como clarinetista en la banda Municipal de Valencia.

Un día Enrique nos trajo a María, hija de un Coronel de Marina, con la cual se había comprometido. Era guapa, educada y cariñosa. Mis padres la recibieron con los brazos abiertos. Mi hermano en un momento que estuvimos a solas me pregunto:

- ¿Amparo, te gusta mi elección?

- De momento sí- le contesté- ya te diré cuando la trate más a fondo.

Cierto es que nunca nos defraudó. Pasados dos años se casaron y, eso sí, enseguida formaron una gran familia. Cada quince meses llegaba un niño hasta que juntaron ocho: cinco niños y tres niñas. Mi cuñada era muy religiosa, pero creo que con ocho debió pensar que ya había cumplido. Ella no trabajó nunca fuera de casa y su marido no tenía más remedio que además de cumplir en la Banda trabajar en todo cuanto le salía.

Todos los veranos venían unos días al pueblo, dejando a dos de los niños con mis padres. La vida pasa muy rápido y primero murió mi padre y a los seis años, mi madre. Sé que a ella le hubiera gustado que yo hubiera formado una familia con uno de los muchos pretendientes que tuve, cierto es que, hice varios intentos pero ninguno me salió bien. Era feliz con mi trabajo, en mi tierra y disfrutando de los perfumados y bonitos paisajes de mi pueblo.

Enrique y su mujer se preocupaban mucho por mí. Yo sabía que ya tenían bastantes problemas para sacar su familia adelante, por eso no les dije nada el día que fui al ginecólogo y me detectó un cáncer de ovarios. Me hicieron toda clase de pruebas y como mucho me dieron unos cuatro años de vida.

En Madrid mi hermano, trabajando en una sala de fiestas, conoció a una de las dueñas del local. Era unos años mayor que él. La señora estaba de buen ver y poco a poco se fueron enrollando. A ella le sobraba el dinero y, como conocía la situación de Enrique, de vez en cuando mandaba a su casa un jamón, unas botellas de vino, le regalaba un reloj... De momento María creyó que eran obsequios que recibían todos los músicos de la orquesta, hasta que empezó a notar algo raro en el comportamiento de su marido. Me llamó preocupada y quedamos en que iría a pasar el fin de semana con ellos.

Siempre llevaba el coche lleno de regalos para mis sobrinos. Cuando llegaba se armaba un gran alboroto. Yo disfrutaba viéndoles risueños y felices.

- ¿Enrique te importaría ir a comprar el pan? - preguntó María.

- Sabes que no cariño.

- Voy contigo- dije rápidamente. Salimos y cogiéndome de su brazo le miré fijamente a los ojos. Comprendió enseguida que tenía que contarme lo que sucedía.

-Esto tienes que cortarlo - le aconsejé.

- Amparo, no te imaginas lo mal que me siento ni la de veces que le he dicho a Rosa que me deje en paz, pero tengo un contrato firmado con la empresa y me amenaza con venir a contárselo a María y dar parte a mis superiores porque, según ella, va a tener un hijo mío.

- ¿Tú estás seguro de que eso es verdad?

- No lo sé, de verás que no lo sé...

- Esto se te ha ido de las manos hermanito, creo que esta noche te acompañaré e intentaré hablar con la tal Rosa a ver lo que se puede hacer.

 Cuando volvimos a casa estuve ayudando a mi cuñada a preparar la comida contándola mi propósito de acompañar a Enrique al trabajo, solamente por ver el panorama que allí había.

- Amparo, espero que me cuentes todas las impresiones que saques

- Tranquila, te informaré de todo.

 La sala de fiestas estaba situada en los bajos de un Hotel, muy bien ambientada, moderna, con una magnifica orquesta y con un público selecto. En el primer descanso que tuvo la orquesta, Enrique vino a recogerme a la mesa donde yo me acomodé. Atravesamos la sala subiendo por unas escaleras, caminamos por  un pasillo y nos paramos ante una puerta donde ponía" Dirección". Dio unos golpes suaves y una mujer rubia muy arreglada nos franqueó la entrada.

Después de las presentaciones de rigor y la admiración que le causó nuestro gran parecido, nos sentamos en unas cómodas sillas frente a ella que ocupaba el sillón delante de una mesa de despacho. Nos ofreció algo de beber pero ninguno de los dos aceptamos.

 Yo, que soy bastante directa y no me gusta andar con vaguedades, la pregunté si era cierto que iba a tener un hijo con mi hermano. La expresión de su cara cambió, se puso roja, las venas se la marcaban en el cuello y llena de cólera se encaró con Enrique

- ¿Eres tan poco hombre que has tenido que traer a tu hermanita para que te saque las castañas del fuego? Mira guapa – dijo dirigiéndose a mí - tu hermano no se va a ir de rositas.

- Perdona Rosa, yo solo he venido a tratar de ayudaros. Tú sabes que Enrique no está en situación de abandonar a su familia, pero si vais a tener un hijo es lógico que se lo cuente a su mujer, ella es buena, le quiere mucho y ya sabes el dicho... “Hablando se entiende la gente”.

- Su mujer le querrá mucho, pero el conmigo ha disfrutado de la vida en todos los sentidos. Ha aceptado regalos, dinero y muchas cosas que un pobre hombre como él jamás habría llegado a imaginar.

Enrique se levantó hecho una furia, se abalanzó sobre ella, la levantó del sillón y ciego de rabia empezó a golpearle la cabeza contra la ventana que había detrás de ella .Yo quise sujetarle gritándole que la soltara, pero cuando lo hizo Rosa tenía la cabeza abierta y la sangre corría por su  cara. Enseguida me percaté de que estaba muerta

- No te asustes - le dije a Enrique – y vuelve a ocupar tu puesto en la orquesta. Yo ahora mismo llamo a un médico. Seguro que le curan las heridas, la sangre es muy aparatosa.

- No puedo dejarte sola, Amparo

- Piensa en María y en los niños. Confía en mí como siempre, hermano.

Aquella noche la pasé en la comisaría del distrito de Chamartín en Madrid. Me interrogaron una y mil veces. Siempre di la misma versión: Habíamos discutido y se había puesto tan furiosa insultando a mi hermano y a toda mi familia que me puse nerviosa, la zarandé sin darme cuenta que se golpeaba con la ventana hasta que la sangre me asustó. La autopsia confirmó los hechos, como también que Rosa no estaba embarazada.

Hace unos meses me trasladaron a esta prisión en espera de ser juzgada. Sé que me caerán más años de los que me aseguran los médicos que viviré. Ya paso muchos días en la enfermería y lo único que le pido a Dios es que me permita pasar los últimos días de mi vida en mi casa, acompañada de familia y amigos y viendo como las aguas del Júcar riegan los arrozales y los naranjos.

 

 

Soledad Delyerro

 

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