CULPABLE POR
DECISIÓN PROPIA (Soledad Del Yerro)
Son las diez de la
noche del día catorce de febrero del año dos mil seis. En el módulo de mujeres,
celda quince del penal de Villena (Alicante) donde me encuentro prisionera, se
van apagando las luces quedando encendidas solo las de emergencias. Los
vigilantes cambian de turno y el silencio se hace obligatorio. Estoy aislada ya
que según la ley, soy una reclusa peligrosa
acusada de asesinato.
Cuando llega la noche
todos los recuerdos se agolpan en mi mente, pienso la de veces, que viajando a
Valencia, he pasado por delante del edificio de este penal donde estoy recluida
y la desazón que me entraba viendo la delgada línea que separa la libertad de la
reclusión en uno de los penales más seguros de España.
Me llamo Amparo Talens
Rodríguez y compartí mi nacimiento con
mi hermano Enrique, somos gemelos y físicamente iguales. Nacimos en Abalat de
la Ribera. Nuestros padres se llenaron de gozo con nuestro nacimiento. Como
casi todos sus paisanos, eran pequeños agricultores.
Tuvimos una infancia feliz. La casa era sencilla pero
cómoda. El campo que nos rodeaba lleno de cultivos de arroz y naranjos que el
Júcar regaba y lo más impresionante: el Parque Natural de la Albufera que en su
mayor parte pertenece a nuestro pueblo.
Enrique y yo éramos
inseparables. Si me ponía pantalones con el pelo corto era difícil
distinguirnos. Estudiamos la primaria y el bachillerato y como no, fuimos con
muchos de nuestros amigos a la Casa de la música, donde mi hermano y yo
empezamos, desde muy temprana edad, a tocar el clarinete junto con el
aprendizaje del solfeo.
Recuerdo que en una
ocasión que teníamos examen de instrumento, Enrique amaneció con mucha fiebre, así que se nos
ocurrió la feliz idea de que yo me examinara dos veces, una en mi nombre y otra
en el suyo. Primero me llamaron a mí, entré en el aula e hice el examen. Nada
más salir llegó el turno de mi hermano, volví a entrar y un poco nerviosa lo
repetí. Conseguí salir airosa, los dos aprobamos.
Con la Banda de
Música de Abalat de la Ribera ganamos varias veces los Certámenes que entre los
pueblos de la comarca se organizaba. Los dos supimos que dedicarnos a esta
profesión era lo que nos gustaba. A nuestros padres les pareció de perlas y nos
matriculamos en el Conservatorio de Valencia.
Los años fueron pasando,
fuimos creciendo, disfrutamos de amigos estupendos, de fiestas, fallas y de
todo cuanto la juventud nos ofrecía, aunque siempre fuimos responsables. Nuestros
padres estaban orgullosos de nosotros. Por nuestra parte, entendíamos que ellos
se habían sacrificado trabajando duro para que nunca nos faltara de nada.
Enrique terminó sus
estudios y aprobó como Brigada en la Banda de Música del Ministerio de Marina
en Madrid. Yo, después de varios intentos, saqué plaza como clarinetista en la
banda Municipal de Valencia.
Un día Enrique nos
trajo a María, hija de un Coronel de Marina, con la cual se había comprometido.
Era guapa, educada y cariñosa. Mis padres la recibieron con los brazos
abiertos. Mi hermano en un momento que estuvimos a solas me pregunto:
- ¿Amparo, te gusta mi elección?
- De momento sí- le contesté- ya te diré cuando la trate
más a fondo.
Cierto es que nunca
nos defraudó. Pasados dos años se casaron y, eso sí, enseguida formaron una
gran familia. Cada quince meses llegaba un niño hasta que juntaron ocho: cinco
niños y tres niñas. Mi cuñada era muy religiosa, pero creo que con ocho debió
pensar que ya había cumplido. Ella no trabajó nunca fuera de casa y su marido
no tenía más remedio que además de cumplir en la Banda trabajar en todo cuanto
le salía.
Todos los veranos
venían unos días al pueblo, dejando a dos de los niños con mis padres. La vida
pasa muy rápido y primero murió mi padre y a los seis años, mi madre. Sé que a
ella le hubiera gustado que yo hubiera formado una familia con uno de los
muchos pretendientes que tuve, cierto es que, hice varios intentos pero ninguno
me salió bien. Era feliz con mi trabajo, en mi tierra y disfrutando de los perfumados
y bonitos paisajes de mi pueblo.
Enrique y su mujer se
preocupaban mucho por mí. Yo sabía que ya tenían bastantes problemas para sacar
su familia adelante, por eso no les dije nada el día que fui al ginecólogo y me
detectó un cáncer de ovarios. Me hicieron toda clase de pruebas y como mucho me
dieron unos cuatro años de vida.
En Madrid mi hermano,
trabajando en una sala de fiestas, conoció a una de las dueñas del local. Era
unos años mayor que él. La señora estaba de buen ver y poco a poco se fueron
enrollando. A ella le sobraba el dinero y, como conocía la situación de Enrique,
de vez en cuando mandaba a su casa un jamón, unas botellas de vino, le regalaba
un reloj... De momento María creyó que eran obsequios que recibían todos los
músicos de la orquesta, hasta que empezó a notar algo raro en el comportamiento
de su marido. Me llamó preocupada y quedamos en que iría a pasar el fin de
semana con ellos.
Siempre llevaba el coche
lleno de regalos para mis sobrinos. Cuando llegaba se armaba un gran alboroto.
Yo disfrutaba viéndoles risueños y felices.
- ¿Enrique te importaría ir a comprar el pan? -
preguntó María.
- Sabes que no cariño.
- Voy contigo- dije rápidamente. Salimos y
cogiéndome de su brazo le miré fijamente a los ojos. Comprendió enseguida que
tenía que contarme lo que sucedía.
-Esto tienes que cortarlo - le aconsejé.
- Amparo, no te imaginas lo mal que me siento ni la
de veces que le he dicho a Rosa que me deje en paz, pero tengo un contrato
firmado con la empresa y me amenaza con venir a contárselo a María y dar parte
a mis superiores porque, según ella, va a tener un hijo mío.
- ¿Tú estás seguro de que eso es verdad?
- No lo sé, de verás que no lo sé...
- Esto se te ha ido de las manos hermanito, creo que
esta noche te acompañaré e intentaré hablar con la tal Rosa a ver lo que se
puede hacer.
Cuando
volvimos a casa estuve ayudando a mi cuñada a preparar la comida contándola mi
propósito de acompañar a Enrique al trabajo, solamente por ver el panorama que
allí había.
- Amparo, espero que me cuentes todas las
impresiones que saques
- Tranquila, te informaré de todo.
La sala de fiestas
estaba situada en los bajos de un Hotel, muy bien ambientada, moderna, con una
magnifica orquesta y con un público selecto. En el primer descanso que tuvo la
orquesta, Enrique vino a recogerme a la mesa donde yo me acomodé. Atravesamos
la sala subiendo por unas escaleras, caminamos por un pasillo y nos paramos ante una puerta donde
ponía" Dirección". Dio unos golpes suaves y una mujer rubia muy
arreglada nos franqueó la entrada.
Después de las
presentaciones de rigor y la admiración que le causó nuestro gran parecido, nos
sentamos en unas cómodas sillas frente a ella que ocupaba el sillón delante de
una mesa de despacho. Nos ofreció algo de beber pero ninguno de los dos
aceptamos.
Yo, que soy
bastante directa y no me gusta andar con vaguedades, la pregunté si era cierto
que iba a tener un hijo con mi hermano. La expresión de su cara cambió, se puso
roja, las venas se la marcaban en el cuello y llena de cólera se encaró con
Enrique
- ¿Eres tan poco hombre que has tenido que traer a
tu hermanita para que te saque las castañas del fuego? Mira guapa – dijo
dirigiéndose a mí - tu hermano no se va a ir de rositas.
- Perdona Rosa, yo solo he venido a tratar de ayudaros.
Tú sabes que Enrique no está en situación de abandonar a su familia, pero si
vais a tener un hijo es lógico que se lo cuente a su mujer, ella es buena, le quiere
mucho y ya sabes el dicho... “Hablando se entiende la gente”.
- Su mujer le querrá mucho, pero el conmigo ha
disfrutado de la vida en todos los sentidos. Ha aceptado regalos, dinero y
muchas cosas que un pobre hombre como él jamás habría llegado a imaginar.
Enrique se levantó
hecho una furia, se abalanzó sobre ella, la levantó del sillón y ciego de rabia
empezó a golpearle la cabeza contra la ventana que había detrás de ella .Yo quise
sujetarle gritándole que la soltara, pero cuando lo hizo Rosa tenía la cabeza abierta
y la sangre corría por su cara. Enseguida
me percaté de que estaba muerta
- No te asustes - le dije a Enrique – y vuelve a
ocupar tu puesto en la orquesta. Yo ahora mismo llamo a un médico. Seguro que
le curan las heridas, la sangre es muy aparatosa.
- No puedo dejarte sola, Amparo
- Piensa en María y en los niños. Confía en mí como
siempre, hermano.
Aquella noche la pasé
en la comisaría del distrito de Chamartín en Madrid. Me interrogaron una y mil
veces. Siempre di la misma versión: Habíamos discutido y se había puesto tan
furiosa insultando a mi hermano y a toda mi familia que me puse nerviosa, la
zarandé sin darme cuenta que se golpeaba con la ventana hasta que la sangre me
asustó. La autopsia confirmó los hechos, como también que Rosa no estaba
embarazada.
Hace unos meses me
trasladaron a esta prisión en espera de ser juzgada. Sé que me caerán más años de
los que me aseguran los médicos que viviré. Ya paso muchos días en la
enfermería y lo único que le pido a Dios es que me permita pasar los últimos
días de mi vida en mi casa, acompañada de familia y amigos y viendo como las
aguas del Júcar riegan los arrozales y los naranjos.
Soledad Delyerro
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