martes, 11 de octubre de 2022

 El CERILLERO (Maria Castaldi)


Por una puerta giratoria tras unas cortinas de terciopelo rojo se entra en el Gran Café de Gijón. Una larga barra en la parte izquierda y a la derecha, subiendo un escalón, un espacio muy luminoso con tres grandes ventanales al Paseo Recoletos. 

Es un local decorado con divanes de terciopelo rojo, veladores de mármol veteado negro, columnas estriadas y grandes espejos.

Nada más apartar las cortinas, a la derecha de la entrada hay un pequeño habitáculo: es le reino de Alfonso el cerillero. En estos días se fuma mucho, no sé si como dice la canción mientras se espera al hombre o a la mujer querida, pero, sin duda, mientras se espera al porvenir que no llega, como suele decir Carmen Martín Gaite. 

Son tiempos difíciles y el café, el tintorro y el tabaco son los únicos vicios que los tertulianos se pueden permitir. El Gijón es el café de la mejor bohemia, la bohemia creadora. Los habituales viven, sienten y sueñan con llegar a ser literatos. Puede decirse que la literatura actual española se escribe en sus divanes, o por lo menos se inicia en ellos.

Pero no solo hay escritores, sino todo un mundo artístico de Madrid. Nadie tiene una peseta. De la pobreza juvenil quienes más saben son Manolo el camarero y Alfonso, que muchas veces tienen que dar a crédito los cafés o cigarrillos. Alfonso, el cerillero, es un hombre bajito, gordo, lleva gafas y tiene un semblante amable. 

Aparte de tabaco, vende también periódicos y lotería. Es una institución en el lugar y también un gran observador. Conoce a los habituales tertulianos y sabe de qué pie cojean.

 - Buenos días don Francisco 

 Hola Alfonso. Qué ¿ha tocado la lotería esta semana?

 - No.

 - ¡Qué raro, tú siempre das la buena suerte! 

Don Francisco Salazar es un escritor de novelas policiacas. Es de Badajoz, pero se ha trasladado a Madrid. Se aloja en una pensión de mala muerte. La escritura no da para mucho y a veces, si no cobra algún artículo, Alfonso le suele fiar los cigarrillos. En el velador de mármol con sillones de terciopelo rojo está Leandro Pascual, otro escritor que, en cuanto ve acercarse a don Francisco, le saluda con sorna.

 - Hola Francisco. ¡Bonito abrigo que llevas! ¿era de tu abuelo?

 - No. De mi tatarabuelo. ¡qué cosas tienes Francisco: siempre con tus ironías! 

- Bueno, ya me conoces 

– contesta sonriendo don Leandro.

 Alfonso, el cerillero, siempre pega la oreja a las conversaciones de estos literatos. Los envidia porque a él también le hubiese gustado saber escribir. Material no le falta después de tantos años de trabajo y de haber escuchado a infinidad de gente de letras. Don Jesús Muñoz es un pintor consagrado que ha expuesto su obra en distintas galerías españolas y también en otras del extranjero. 

Es el más adinerado y, en las discusiones que a veces surgen a lo largo de las tertulias, quiere siempre llevar la razón. Su tono de voz es fuerte. Se lleva particularmente mal con Alfredo, un joven estudiante de pintura quien se atreve a discutir con él acerca de unos cuadros del Museo del Prado. Su contestación es tajante:

 - Tú tienes una gran facilidad para juzgar la pintura, mientras yo soy incapaz. Se nota que sabes pintar. Por no faltarle el respeto, Alfredo se calla. Sin embargo. don Francisco Salazar interviene en la discusión reprochándole al pintor consagrado

 -Cierto, a ti te falta experiencia en lo que se refiere a la pintura. Desde donde está sentado, Alfonso, el cerillero, sigue con atención las discusiones de la mesa que se halla cerca.

Conoce muy bien a don Jesús y no le tiene mucha simpatía. Se nota, sobre todo hoy, cuando este se acerca y le pide con tono brusco:

 - Dame un Faria.

 - Pero, don Jesús ¿no había dejado usted de fumar?

 – se dirige a él con tono burlón.

 - Si. Cigarrillos

 – le corta bruscamente don Jesús y se vuelve a la mesa. 

El último en llegar a la reunión es Felipe Salazar. Suele venir acompañado por Pepe Pimentel, su amigo inseparable. Hoy, en cambio viene solo

. - Hola Felipe 

– le saludan todos.

 - Y Pepe ¿no viene hoy?

 - le pregunta don Leandro

 - No. Ya sabes que es muy supersticioso y hoy es martes y trece.

 - ¡Qué tontería! No me lo creo – arguye Alfredo.

 - Tienes razón es solo un carientismo.

 - ¿Un qué?

 - Es una figura retórica relacionada con la ironía consistente en usar expresiones que aparentemente suenan a serias para burlarse.

 - Y ¿de dónde sacas eso? – interviene don Leandro.

 - ¿Cómo? tú que eres tan leído ¿no sabes qué son las figuras retóricas como carientismo, clenasmo, diasirmo y asteísmo? 

- Pues no. Jamás he oído esas expresiones; y además me parece una pedantería tuya preguntarme si las conozco 

– contesta don Leandro en tono airado.

 - Pues, sobre todo tú, que siempre utilizas la ironía, deberías conocerlas. 

Empiezan todos a discutir acerca del significado de las figuras retóricas y cada uno intenta buscar ejemplos para explicar su uso. Tarea bastante complicada porque cuando don Leandro al formular una frase dice que es un clenasmo, don Felipe contesta que no, que es un diasirmo y así sucesivamente. 

Las discusiones suben de tono y Alfonso, el cerillero, en ese momento no entiende nada. 

Para él, acostumbrado a escuchar discusiones de política o conversaciones acerca de algún nuevo libro o alguna exposición de pintura de don Jesús Muñoz, oírlos enzarzados en el significado de unos palabros, carece de sentido y deja de prestar atención a los argumentos de los tertulianos.

 Solo intenta, con mímica gestual, que las voces altisonantes recobren el volumen normal. Lo suele conseguir porque todos lo aprecian y, como si fuera un director de orquestra, siguen sus gestos y bajan la voz. Hoy es una tarde especial para Alfonso. El reloj de la pared marca la hora del final de su jornada de trabajo. Su semblante es serio y su mirada ausente con un velo de melancolía.

 Con parsimonia coge los billetes de lotería que no ha conseguido vender y se los entrega a su amigo Manolo Luna, el camarero más famoso del café. Cierra despacio su caja de cigarros ypuros; se pone la chaqueta; una última ojeada alrededor del café y sobre todo a la mesa cercana de los tertulianos y se dispone a salir.

 En ese preciso instante unos fuertes y sonoros aplausos le detienen. Son para él, que a lo largo de tantos años ha compartido discusiones, risas, enfrentamientos y también alegrías, y es la calurosa despedida de unos intelectuales al ser más amable y generoso que deja ese lugar por última vez. Han pasado muchos años. 

El café ha cambiado poco su aspecto. Solo la puerta de entrada giratoria ha sido sustituida por una de dos hojas de madera y cristal. El resto sigue igual con sus cortinas de terciopelo rojo y veladores de mármol. 

Lo que han cambiado son los asiduos del Gijón. Desde que se inauguró la televisión el café se ha convertido mayormente en un lugar de reunión de actores y gente de la farándula. No hay tertulias literarias. Se ha perdido la costumbre desde que los viejos autores seguramente celebran ahora sus tertulias en el Parnaso. Ya no se permite fumar. Sin embargo, el recuerdo del cerillero perdura en una placa que dice: “Aquí vendió tabaco y vio pasar la vida Alfonso, cerillero y anarquista. Sus amigos del Café Gijón”

María Castaldi

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