LA CERRADURA
(Carmen Jiménez)
A medida que pasan las horas desde que despertó en este sucio y vacío cuarto, su mente se vuelve loca gracias a los miles de pensamientos que se agolpan en ella sin medida.
Solo una pequeña luz tenue se filtra por la cerradura de la puerta, una luz que no es continua y directa, es parecida al paso de una lámpara en manos de alguien que va y viene, ha escuchado pasos, rápidos y continuos. Su mente juega con su cordura, no sabe donde está o como llegó a este cuarto, solo sabe que despertó aquí sin ningún recuerdo, de quien es o que hacía antes de este momento.
Sin respuestas a sus preguntas sin sentido, el temor se apodera de ella sin piedad alguna, no sabe exactamente qué día es y cuantos días ha pasado aquí, ya que no hay ventanas, ni forma de confirmar, si es de día o de noche. Si sabe, que es mucho tiempo, y le atemoriza saber cómo y porque llegó aquí, piensa que, debió haber hecho algo realmente malo, para ser encerrada en este inhumano lugar.
Esa tenue luz que se filtra es cada vez más continua, ha notado que ahora pasa más seguido, los pasos se escuchan más apurados según pasa el tiempo. No lo niega, ha querido asomarse por la vieja cerradura, pero el temor a no poder resistir lo que encuentre tras ella, hace que se vuelva atrás cada vez que lo intenta.
El cuarto cada vez está más y más caliente, como si estuviera en una especie de sauna.
La desesperación se apodera de ella con cada minuto que pasa. Esa luz, esos malditos pasos, que cada vez son más y más continuos, taladran su cabeza ferozmente y sin piedad. Simplemente, no lo resiste.
El sudor se hace cada vez más denso y le corre por la espalda pegajoso, y sin líquido para hidratarse, teme morir pronto, se nota más delgada, la ropa casi le queda grande, es bueno piensa, así estaré más fresca, pues por momentos el calor se hace más insoportable.
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Era un día como otro cualquiera, lo único que recuerdo, es que era viernes y como todas las semanas, subí la suave pendiente que separaba el pueblo de la casona, para dirigirme al convento. El aire olía a tomillo y romero y la brisa mecía lánguidamente las hojas de los robles que, bordeaban el camino polvoriento.
Al llegar al
portón, empujé la verja que chirrió levemente y anunció así mi llegada.
La puerta del edifico se abrió y una salutación susurrada salió de la boca del clérigo apartándose para dejarme pasar.
Mis pasos se oían por el claustro y se confundían con el rumor del agua de la fuente del patio, que caía lentamente, como si llorase el ángel que la echaba por la boca. Los cánticos gregorianos de los monjes resonaban en la capilla, y el órgano acentuaba su desgranar de notas, rompiendo el misterioso silencio de los muros medievales.
Entré en la capilla y caminé por el pasillo principal, hasta llegar al banco que ocupábamos normalmente mis compañeras y yo.
El oficio comenzó, las amarillentas luces de las velas danzaban y las ropas del oficiante y sus ayudantes me parecían sábanas blancas que mecía el viento. La mano de mi amiga Rosalía me cogió de un brazo y me dio un susto de muerte. Me preguntó súbitamente ¿No has notado nada extraño hoy al llegar? ¿No ves que Fray Antonio no parece el mismo?
Rosalía, que era hija de la marquesa y una activista declarada, era también mi mejor amiga, pues nos habíamos criado juntas en la casona, me miró con un miedo aterrador en los ojos y yo que no necesito mucho para atemorizarme, me empecé a poner más nerviosa de lo normal.
No había pasado ni un minuto cuando los tres monjes se lanzaron hacía donde estábamos Rosalía y yo, y ya no supe que era lo que pasaba. Me desmayé seguramente y cuando abrí los ojos, ahí estaba en aquel cuarto y delante de esa gran cerradura.
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No puedo más con esto, la inquietud, la duda y la desesperación me dominan. Debo mirar por la cerradura. Cada paso, es un paso menos hacia la verdad, si, la verdad. Este cuarto a pesar de ser pequeño, pues no tendrá más de tres metros cuadrados, se me hace enorme.
Los pasos de
nuevo. Se han detenido frente a la puerta y la luz entra de forma directa por
la cerradura, iluminando ahora tanto a mi, como al pequeño cuarto,
¡No puede
ser! Las paredes, son… son, cráneos perfectamente tallados en las paredes, cráneos
humanos finos y perfectos, son tallas únicas, es terrorífico.
No debo dejarme maravillar por esta obra, salida de la mente de algún demente o degenerado mental, mi objetivo es la puerta, los pasos se detuvieron, pero no pasó nada, solo la luz que entra por la cerradura es lo que me tranquiliza un poco, hay luz del otro lado.
Es reconfortante. Pero, no, no, no te vayas resplandor de vida, no, tu destello me da fe, no te alejes no. La oscuridad de nuevo, ¡Nooo! Caigo al arenoso piso desconsolada y resignada, mi fin no será otro que la muerte misma en este oscuro lugar.
Ya no habrá más luz, no será más que un paisaje negro. Un momento, algo golpea la puerta, son, si son golpes, ¡Vienen a por mí! La cerradura gira si, la puerta se abre bien aventurado el portador de la luz, que vienes a liberarme de este encierro. Luz hermosa y cálida que entra en el cuarto.
Se abre, la
puerta se abre, si se abre. ¡Son Tres hombres” Uno delante y dos
detrás
Es alto y parece musculoso pero delgado, sus ropajes, aletean a su paso firme mientras se dirige a mi, Su rostro fino, su boca abierta sonriendo, deja entrever con el reflejo de la pálida luz, unos colmillos afilados que a mi me parecieron como de lobo. Babeando y gruñendo entró portando en su mano izquierda la lámpara que iluminaba aquel tétrico cuarto, colgando de su cuello el llavero tintineante con la llave de aquel lugar.
Se acerca, no puedo contener mi temor, se acerca, ilumina más el cuarto. Por la puerta, atisbo un pasillo de madera y se escuchan lamentos a lo lejos, es enorme este lugar infernal. Está más cerca, está a unos pasos, siento su fétido aliento, cada respiro es un ardor en mis ojos. Está más cerca, más y más y extiende su brazo derecho hacia mí.
Rosalía ven! Grita!! ha llegado el momento de entregarte Tu madre pagará el rescate y el enemigo nos hará un sitio en sus filas entregándote después.
Debemos
darnos prisa para huir de aquí.
¡No, no! ¡Aléjate! ¡Aléjate! No soy Rosalía, soy su amiga.
Los tres hombres se miraron sin comprender que era lo que podía estar pasando. Estás segura de lo que dices? , no nos estarás mintiendo? No, le repito que no soy Rosalía. Se han equivocado. Un ruido atronador se oyó en lo alto de las escaleras. Y comenzaron a rodar piedras hasta nuestros pies. Están bombardeando el convento dijo uno de ellos, vámonos rápido, es posible que esta mocosa no sea ni la hija de la marquesa, ni la espía de los aliados.
Pero que estás diciendo? Dijo el hombre de los colmillos, no sabías bien a quien tenías que secuestrar. ? Estaban tan juntas que puede ser que, con las prisas, me llevase a la joven equivocada.
Bummm Bumm ya no era una bomba, eran una detrás de otra, los hombres salieron corriendo escaleras arriba y yo me quedé temblando sin saber que hacer, hasta que me percaté de la luz que, en su huida habían dejado caer al suelo, la levanté y la macilenta lucecita, iluminó una pequeña puerta que se abría y cerraba por el viento. Me dirigí a ella y salí. Me encontré en medio de la ladera del monte y fuera del convento.
Corrí despavorida, mientras oía como se desmoronaban a mis espaldas, parte de las torres del edifico medieval, y los aviones, como águilas de fuego surcaban el cielo de Francia.
Fue entonces
cuando tomé conciencia que, estábamos en plena guerra y que casi por una
equivocación, podía haber muerto sin necesidad de que me alcanzase una
bala.
Carmen Jiménez
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